jueves, 11 de octubre de 2007

Poing

Solía ser recibido con una sonrisa, y estar acompañado un particular aroma a polvo, como dando cuenta de todos los lugares por donde había estado. Era como si la escencia o eco de cada lugar quedara acomodado en algún bolsillo o retazo mal cosido de ese gabán negro y pasado de moda.
Recuerdo que cuando nos visitaba, levantaba su sombrero a modo de saludo y nos miraba a traves de esos anteojos de medialuna que ni siquiera el aristócrata de mi abuelo se hubiera atrevido a usar. Colgaba el sombrero en un picaporte y, mientras marcaba el ritmo con su bastón, daba unos pasos hasta un viejo sillón de cuero que estaba en la esquina de la biblioteca junto a una pequeña mesa circular. Allí se sentaba, apagaba un par de luces que le parecian de más y con mucho placer, comenzaba a frotarse las manos llenas de motas de polvo. Nosotros lo mirabamos muertos de ansiedad... hasta que de repente se relamia sus labios secos; cambiaba su mirada, adquiriendo una mayor oscuridad y un tono cómplice que nos daba la sensación de que se nos iba a ser revelado un secreto que pocos conocían, y empezaba a tejer sus historias....





preludios y nocturnos

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