Capitulo 2.
Quimera
La curiosidad siempre fue un vicio mío. Uno tan personal como mi firma. Eso y los puchos. De hecho, si necesitas saber donde estoy, me podes encontrar al final de una larga hilera de colillas de Fambrulo. Y esa hilera, empiece donde empiece, generalmente termina en Bangladesh. Ahí me quedo en la barra, tomando lo que encuentre... hasta que algo pase.
La primera vez que
llegue a Bangladesh, fue cuando recién me había mudado a capital
desde el interior de la provincia. Vivía en un departamento viejo,
subsistiendo a base de sopitas Knorr, así que estaba famélico.
Como decía, con la panza rugiéndome sali a dar una vuelta por avenida Córdoba a ver qué comía. Hice un par de pasos y en la
esquina de Coca Sarli me encontré un barsito. Bangladesh decía el
cartel. Camine derecho a la puerta (desesperado por un plato de
fideos) y subí los escalones de la entrada. Termine de subir, empuje
la puerta (quizás le sumaba una copa de vino), y cuando entre note
que el bar estaba vacío. De punta a punta todas las mesa vacías. No habia nadie detras de la barra, parecía abandonado. Entre el
hambre y la mala suerte me cabree, me fui para la barra y dije “ma’
si agarro lo que vea y me lo llevo puesto”.
En eso faltando dos o tres pasos para la barra, algo me
golpeo en la nariz. Y enseguida entendí porque el bar estaba vacío.
Percibí el aroma
más atroz que había sentido en toda mi vida, piensen en cientos de
repollos hirviendo, en poxirran rancio, en bombas lacrimógenas... Esto que se olía en el bar era peor, te desfiguraba la razón. Te
atravesaba, quemandote desde la punta de la nariz, hasta el fondo de la
nuca.
Así que huí, corrí puteando a viva voz y con los ojos chorreando lagrimas.
Así que huí, corrí puteando a viva voz y con los ojos chorreando lagrimas.
Llegue a la
puerta con mis pulmones (bah, lo que quedaba de ellos) gritando por
aire puro. Abrí la puerta, tire con todas mis fuerzas para abrirlas.
Entro un poco de aire y yo sali, cayendo en el medio de la esquina. Y vomité.
Permanecí así temblando y transpirando unos veinte minutos,
intentando sacar de mi nariz la sensación de ardor. Al rato me pare, y vomite de nuevo.
Cuando estuve un
poco mejor seguí camino a mi departamento. Al menos el hambre habia desaparecido por completo. Llegué a la otra
esquina de Córdoba y Rivotril y me detuve. Me quede parado,
pensando con las llaves de mi casa en la mano. No entendía algo. No
había forma de que algo oliera tan mal. Seguí caminando y entre en
mi casa. Es imposible pensé. Entre al ascensor. Fuera de joda, es inadmisible.
Toque el tercero. Era… No, no tenia idea de que era.
Justamente por eso tenia que
volver, tenía que pasar por todo el bar, por todo el olor. Por todo
lo que me quemase la cabeza de ahí dentro. Pero quería saber qué era.
Así que entré en mi casa, fui a mi cuarto. Saque la pistola debajo de la
almohada. Llené un balde de perfume berreta, y metí
adentro una máscara antigas en el balde - si, tengo una máscara
antigas. Mi abuelo la uso en la primera guerra-.
Salí del
departamento, llegue hasta el bar y entré. Con la mascara puesta veía todo recortado y teñido de verde. Ahora el
olor era casi tolerable, una mezcla del pachuli y leche quemada. Pero tambien pude distinguir bien clarito el humo. Creo que era humo, se parecía mas a una maraña de
hilos que flotaban enredándose y desenredandose por el aire.
Lo seguí con
la mirada y note que salía desde atrás de la barra, por una puerta.
Salté para el otro lado y empecé a seguir el humo. La puerta
llevaba a una cocina minúscula, con las paredes y el techo cubiertos
de grasa quemada. Definitivamente el aroma era aún peor. Más denso.
Seguí caminando apretando la máscara contra mi cara transpirada.
Atrás de los hornos el humo doblaba por un pasillo estrecho y alto,
así que me perfile y como pude me mande por ahí. Cada tanto mis
pies golpeaban algunas cajas, o alguna otra cosa, pero por el humo no
llegaba a ver que era. Salí del pasillo y termine en una despensa
repleta de botellas y frascos. Luego había una puerta toda oxidada,
desde ahí se filtraba el humo. Acá
se parece mas al agua, pensé.
Abrí la puerta, las bisagras chirriaron por el oxido. Entró más
humo y yo salí.
Estaba en un
callejón, el humo era una neblina negra que me mojaba el cuerpo y
flotaba por todos lados. Era como estar debajo del agua en una pileta. Del sol ninguna noticia. Metí la mano en mi
saco y saque un encendedor. Lo prendí y alcance a ver
algunos contornos. Ya era algo por lo menos, pero todavía no tenia
idea de por donde seguir. Así que me pegue a una pared y empecé a
caminar, viendo si podía llegar al fondo del callejón.
Mientras
avanzaba, con mi mano pegada a la pared, empecé a escuchar un
sonido, como algo arrastrandose por el piso, o moviéndose muy
lentamente. Saqué la pistola y camine.
Llegue hasta el desemboque de otro callejón, y vi
delante mio un hombre. Me escondí atrás de unas cajas, y desde ahí
lo vi mejor. Era gordo y petiso, tenía un delantal de cocinero y una
máscara antigas. Avanzaba muy lentamente envuelto en espirales de
humo, arrastrando los pies hacia el fondo del callejón. Parecía
concentrado en transportar algo que llevaba. Justamente, algo que
era, la fuente del humo.
Lo
llamé a gritos, pero no me dio pelota, siguió metiéndose en el
callejón. Salté la caja y empecé a perseguirlo porque se
complicaba verlo a más de dos metros. Corrí hasta terminar pegado
a su espalda.
El
tipo ni se entero, seguía concentrado en transportar lo que fuera
que cargaba. Me estiré por encima de su hombro, pero había
demasiado humo y a duras penas le vi una panza fofa. De caliente, me
puse en puntas de pie y, como un imbécil me saqué la máscara pensando que iba a
ver mejor. Obviamente el humo me volteó, de toque se me metió a chorros por la
garganta y me cegó al instante. Intente seguir caminando y ver que carajo
llevaba el cocinero, pero entre el mareo y el ardor
de los ojos me golpee la pierna con algo y tropecé. En la caída
alcance a agarrarme del delantal del cocinero y logré sostenerme. El
tirón sumado al golpe asustaron al cocinero, que pegó un salto
tremendo y en el cagazo, revoleo lo que
llevaba entre sus manos.
Ahí, mientras giraba
en el aire y yo caia, fue cuando lo vi: todo el humo que llenaba el bar, toda
la niebla que cubría el callejón, esa cosa gruesa que olía horrible y se
te pegaba como arena en la garganta. Todo esa porqueria salía de un antiguo
cenicero de ceramica. Un cernicero repleto de colillas y restos de
cigarros. Repleto de cenizas mezclada con alcohol y mugre. Sobre todo
mugre.
El cenicero
marco una parábola perfecta. Se desplazo una decena de metros en el
callejón y reventó contra una pared de ladrillos al final del callejon. Debajo de esta
pared, casualmente,
había un tacho de basura. En el vivían felizmente dos ratas, un
perro y una polilla; había también musgo, un par de reflectores antiguos, un
viejo motor de freon de un autito y unas letanías anotadas en un
cartón, que casualmente
había copiado un linyera hacia dos semanas. Allí, en ese mismísimo
tacho, fue donde cayó el contenido del cenicero. Embebiéndolo todo.
Y de pronto el tacho
explotó.
Tiempo después
se descubrió que aparentemente el freon, sumado a la actividad
eléctrica del cerebro de las ratas, del perro y de la polilla
(escaso voltaje, pero aparentemente el indicado) reaccionó con el
carbón de la ceniza. Todo esto eclosionó en ese asqueroso tacho de
basura, formando un caldo de cultivo y termino dando como resultado, una
reacción química de la puta madre.
Poco sabía de
todo esto en aquel momento, pero para cuando recobre la conciencia me dolia todo. Se ve que habia aterrizado arriba de una caja de madera. Como pude me incorporé, y cuando levante la mirada me di cuenta que frente a mi había una Quimera. Hecha y derecha.
Prensil, etérea y extremadamente confundida. El cocinero estaba paralizado a unos metros de mí, justo entre ella y yo.
El cocinero me miró y trató de salir corriendo. Pero antes que diera un pacito, antes de que siquiera lo notaramos la Quimera lo agarró entre dos dedos. Lo levanto como si nada y se puso a olisquarlo con curiosidad, o hambre. Ahi pensé que él era boleta, y que mi curiosidad me puso en una situacion de mierda. Fuiste, por boludo. Como no habia chances de irme, me levante resignado y de a poco me arrastre afuera de la caja en la que estaba escondido. Me acerque a la bestia casualmente pensando como comunicarme con ella. Trataba de mantener la mente afilada y rezaba que no se enterara que estaba cagado en las patas. Cuando me vio caminando, yo le sonrei y ella soltó al cocinero. Giro sobre sí misma y en un instante apunto hacia mi, lista para tragarme. Saqué mi pistola y en vez de apuntarle a ella la puse sobre mi cabeza lista para volarme la jeta antes de que ella me destroce. Le di una ultima pitada a mi cigarrillo - ni siquiera me acuerdo de ponerlo en mi boca o prenderlo, dicho sea de paso - y cuando exhale el humo, la bestia se frenó completamente. Instantaneamente, con la boca arriba mio, apunto de cerrarse. Incluso una gota de saliva, espeza y alquitranada, me empapo la cabeza y las orejas. Asi y todo pude escuchar una voz gruesa y profunda que me preguntó "¿no me das uno?". Miré para arriba y respondí "seguro" mientras levantaba un cigarrillo casi partido. Ella lo tomó, el cigarrillo se encendió y de alguna manera empezamos a charlar.
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