lunes, 9 de noviembre de 2009

Botiquin

"Decotazepar. Efectos ambiguos. Pruébese antes de usar."


Si, el frasco decía eso. Randalxephon lo cerró con una mueca de curiosidad en la cara y buscó quién sería su primera víctima. Las opciones eran relativamente pocas, así que decidió tomar una dosis el mismo.
El problema era.... cómo se tomaba. El decotazepar se compra en frascos que están llenos de una arena verde oscuro. Según había leído, solamente las salamandras ancianas pueden concentrar el calor necesario para fundir esa arena y convertirla en liquido. Y eso implicaba solamente una cosa: pedirle ayuda a la abuela.
La abuela de Randalxenphon era justamente una salamandra anciana, hecha y derecha. Era capaz de cocinar cualquier cosa y de armar cualquier plato. Sus mas de mil años de experiencia en gastronomía la convirtieron en una autoridad en el tema, pero también en un ser extremadamente terco y caprichoso. Una de las cosas en las que la abuela estaba religiosamente convencida, es que es imposible para una salamandra practicar la medicina, o cualquier cosa que implique usar una bata. "Es de maricones" sentenciaba.

Randalxenphon golpeó la puerta de la casa de sus abuelos. Espero unos segundos apretando el frasquito de porcelana que tenia en el morral y mastico su chicle con saña. Cuando la puerta se abrió , primero asomó una mano llena de arrugas y quemaduras. Después una cabeza ovalada y calva. Finalmente aparecieron los ojos chillones y Randalxenphon reconoció a su abuelo. Robiscolorofonte Medina estaba en chancletas y fumaba su pipa de caparazón de tortuga. Dejó que su nieto pasara, cerró la puerta porque la cosa esta jodida y miró a su nieto de arriba a abajo.

"¿Que haces acá?" le preguntó, Randalxenphon tosió disimulando sus nervios. Se aclaró la garganta. "¿Esta la nona?". El abuelo pegó una pitada tranquilo y mientras se rascaba el ombligo (si, las salamandras tienen ombligo) señalo arriba las escaleras y murmuró "Esta durmiendo". Guardó las llaves en un bolsillo y se adentró por un pasillo rumbo a la cocina.
Randalxenphon sonreía. Contó hasta diez para darle tiempo a su abuelo a volver a su sillón. Y se escurrió silenciosamente por las escaleras.

Doce metros adelante estaba el cuarto de su abuela. Por suerte las pantuflas que se había puesto amortiguaban bastante el chirrido de los pasos contra el piso de madera.
Olgividia Medina dormía sobre una cama individual, porque decía que dormir en la misma cama que tu esposo, es de hippie o de desfachatados. Su panza enorme se elevaba y sus brazos caían como péndulos al costado de la cama. Randalxenphon se puso en cuatro patas, y reptó por el piso de madera encerado. Esquivó varias pilas de recetarios y libros de comida tailandesa, levantó la cabeza buscando signos de vigilia y se acercó a la cama. Su abuela seguía roncando y murmurando incoherencias. Se sacó las pantuflas, y se trepó a la cama. Desde ahí arriba, parado sobre la panza de su abuela preparó todo. Sacó de su morral un encendedor zippo; el frasco de Decotazepar lo ato con un hilito desde la araña que colgaba en el techo y lo dejó, más o menos a la altura de la boca de su abuela. Finalmente se colocó dos guantes de cuero, sacó una cajita de marfil y la colocó en la panzota de su abuela. Randalxenphon se agachó. Se ajustó un par de antiparras que tenía para ir a la pileta, y abrió la cajita. De adentro surgieron un par de hilos azules que se enredaron en los bordes y de toque los congelaron. Despues un par de alas azules y un pico redondo. Era un Ebisu, un pajaro especial para generar chuchos de frio. El ave dió un pequeño aleteo, volo por ahi y se enterró debajo de la panza. Buscó la espina dorsal de la abuela y
cuando llego ahí, se enroscó . El frio del pajaro le provocó un tremendo escalofrío a Olgividia. Se retorció en una onda espástica desde los pies a la cabeza. Agarró con fuerza las sábanas, roncó, chilló, y su nariz empezó a sacudirse. Tragó una bocanada de aire y en un segundo tiró un estornudo gigante. Randalxenphon en seguida prendió el zippo. El fuego prendió en los gases del estornudo, y la explosión entera baño el frasco de Decotazepar, hasta fundir su contenido.
Ebisu se desvaneció instantáneamente, Randalxenphon guardó todo en su morral y salió corriendo de allí.
Ya tenia lo que quería.
Olgividia se rascó la oreja y siguió durmiendo.

No hay comentarios.: